Viewing page 3 of 5

This transcription has been completed. Contact us with corrections.

Culturales 
Brecha Montevideo, 13 de diciembre de 1991 21

Con Naúl Ojeda
Rosalba Oxandabarat

Navegante del aire

[[image]]

Naúl Ojeda pertenecía a aquella rara especie de los fotógrafos suicidas, los que llegaban con imponentes fotos fuera de foco y las cámaras y el cuerpo maltrechos de palos policiales.  Trotamundos no siempre vocacional, recorrió América y parte de Europa, vivió en el Chile de Allende y en México antes de que el matrimonio con una norteamericana lo afincara en Estados Unidos.  Ojeda vino a Montevideo a mostrar su trabajo de grabador: su primera exposición en Uruguay, desde hace más de viente años.

Pescadores, ventanas clásicas de los viejos barrios montevideanos, rejas, el sol, una luna que mece a un poeta y otro que vuela soñando en su país lejano: estas xilografías, como lo señala Alicia Haber, contienen la presencia de diversos aspectos de la vida uruguaya. Ojeda recuerda la vieja Comunidad del Sur, con cuyos integrantes trabajó en los años sesenta, y la Escuela de Bellas Artes, cuando hacían grabados para las ferias populares, y la profesora con la que dio los primeros pasos en pintura y dibujo: Sofía Santellán Bruzzone. En Bellas Artes, el profesor Mazzei lo puso en contacto con las herramientas. Pero al grabado llegó solo: Ojeda se considera, sobre todo, un autodidacta.

—Y de ahí seguí hasta ahora, trabajando en todo tipo de madera. No soy in exquisito para trabajar en el grabado, cualquier tipo de madera me viene bien. Si logro comunicarme con ella me sirve para trabajar.

—¿Cómo se entabla un diálogo con la madera?
—Desde que la veo, la encuentro en la basura y pienso: la llevo, no la llevo, hasta que la adopto y me la llevo al taller y la limpio un poco. Empiezo entonces un contacto constante con ella, la descubro.

Vos querés hacer una cosa y el grano o el nudo que tiene la madera te lo impiden y tenés que buscar la solución. Sigo además imprimiendo a mano; a pesar de vivir en Estados Unidos, no tengo prensa, todos los grabados que ves, grandes o chicos, son a mano.

—¿Hay en esta opción una resistencia a "lo tecnológico"?
—No, es que a mano me siento cómodo, y hay como un respeto al material con el que trabajo. Usar la prensa es como caerle a un amigo tuyo con una cosa en la cabeza. Imprimiendo a mano puedo ir controlando cómo quiero los grises, los matices... con una prensa no lo podría lograr.
—En tus grabados hay una recurrencia al tema del exilio y el desexilio, a la distancia, hay uno en que el hombre vuela para volver, lo que se parece a los sueños, donde uno visita lugares, o vuelve a ellos, volando.
—La idea de esa serie es de antes que cayera la dictadura, se llamaba los retornos y me imaginaba cómo podría ser volver de Holanda, o de Suecia, de cualquiera de esos países tan lejanos y me imaginaba a la gente volviendo desnuda, la separación de parejas en que los dos no compartían la decisión de venirse y entonces se separaban. Bueno, a mí no me gusta mucho hablar de mi trabajo, si no sería un escritor...

—Sin embargo, vos tenés una vieja relación con las palabras. Ilustraste poemas y hay un grabado que se llama "Pintando con palabras".
—Bueno, eso sí. Además, ahora, ilustrar poetas uruguayos es una manera de hablar de nuestros poetas a través de los grabados. No he ilustrado a todos los poetas pero sí a los que me gustan, Líber Falco, Idea Vilariño, Delmira Agustini. En Washington de repente conocen a Pablo Neruda, quizás a Vallejo, pero nadie conoce a Líber Falco.
—¿Y cómo recibe un americano de Washington un poema ilustrado de Líber Falco?
—Hay todo tipo de reacciones, desde los indiferentes, los que dicen ah qué bien y siguen de largo, hasta gente que sin saber español la llorado... son experiencias increíbles.
—Vos mantenés una iconografía que se reconoce como "muy uruguaya", como si las imágenes de aquí continuaran acompañándote. ¿Y de la ciudad donde vivís, no recibís temas, que te muevan?
—Algo, sí, hay un grabado que no está aquí que se llama "El poeta quiere estar tranquilo", se me ocurrió en un barrio donde el tráfico es tremendo, recojo temas de lo que veo, una mujer barriendo, o imagino cosas... Lo que pasa es que aunque dejé de tomar mate no estoy muy integrado en ese mundo, hago exposiciones, pero en verdad no tengo una profunda relación...
—No hacés tierra...
—Para nada, de ahí que me siento absolutamente uruguayo.
—Otra veta de tu trabajo es el de hacer muebles. ¿Cómo empezó eso?
—Esto empezó cuando mi hijo cumplió tres años. Yo no sabía qué regalarle, porque no quería darle juguetes de plástico y menos juguetes bélicos. Entonces pinté una silla que había encontrado en la basura, y le gustó a mucha gente, que empezó a animarme...
—¿Y cómo la pintaste para que quedara tan particular?
—Nunca pienso en componer, no pienso en cosas como el equilibrio, esos temas por los que podíamos discutir horas en el boliche en mi juventud. Creo que los colores salieron con una fuerza terrible, no sé si eso pasa por algo que uno tiene adentro, porque había nacido el nene, por una especie de alegría o de locura. O será que tanto tiempo de trabajar con el blanco y negro me dieron necesidad del color. Después hice los muebles para la galería y los pinté.
—¿Estás de acuerdo con los que te tratan de "Chagall latinoamericano"?
—Al principio me molestó, pero hablando con amigos me convencieron de que todos tienen que tener alguna referencia. Ahora no, no me molesta. Además mis grabados son más baratos que un Chagall.
—¿Pero Chagall fue para vos una influencia consciente?
—No, si te digo de dónde viene todo esto de la gente volando. Viene de una novia que tenía que era irlandesa. Un día estando acá me mandó una carta con un dibujo de ella volando sobre Dublin. Se llamaba Moira, y ahí empecé una serie de grabados con Moira volando por donde yo andaba. Y ahí empecé a volar también. Y eso es real. Ahora estoy tranquilo en Washington, pero anduve volando por una cantidad de lugares.
—Esta exposición de reencuentro con el Uruguay después de veinte años, ¿te importa mucho?, quiero decir, ¿qué significa para vos?
—Estuve nervioso todo un año con esta exposición, sabiendo además cómo es el público acá, muy crítico, y aunque no se haga ahora grabado en madera hay una vieja tradición a ese respecto, y además la responsabilidad de dar lo mejor para el lugar de tus primeros pasos.


Un entrañable sabor local

Los grabados de Naúl Ojeda que se exhiben hasta fines de enero en el Centro de Exposiciones de Palacio Municipal, abarcan un extenso período en el trabajo de este artista, que harealizado la mayor parte se su actividad fuera del país, en donde no expone desde 1969.

La proximidad de la imaginería manejada por Ojeda - su entrañable sabor local- es sin dida, a pesar o quizás causa justamente de este largo alejamiento de su tierra, uno de los rasgos distinctivos más notorios en su obra. Esta afirma su presencia en una intensa comunicación, y al mismo tiempo cultural que fue quedando atrás.

El manejo de criterios de valoración muchas veces epidérmicos, y traducidos en una intolerancia que enfrenta rápidas opiniones en el seno mismo del medio plástico, puede llevar a quesean muchos los que pretendan relegar hoy estas propuestas al ríncón de lo superado. Aunque quizás las salve el estar acompañadas de un aval que también llega del exterior.

Porque el mundo visual de Ojeda, sus evocaciones gráficas y sus referencias literarias, nos vuelven a aquel Uruguay de los años sesenta, que supo encontrar para sus rabias y amores un repertorio de imágenes que fue estampado en forma particularmente elocuente por el grabado en madera. Sus xilografías prolongan claramente una época particularmente destacable en el arte gráfico uruguayo. Refieren, en el manejo del espacio, en el clima hecho de humor y tristeza, en la opción surreal traducida en la simultaneidad de escalas y situaciones, en la presencia de algunos signos que han ido cargándose en nuestra corta historia artística de un valor emblemático, a un entor no en el que aportaron lo suyo varios grabadores.

Las obras, fechadas a lo largo de dos décadas, mantienen una notoria fidelidad a enfoques y recursos, que las vinculan a lo que fie la producción de algunos de aquellos artistas, como Carlos Fossatti y Miguel Bresciano. Es por lo tanto difícil evitar cierta cuota de nostalgia, en el bienvenido encuentro con un aporte de todos modos singular.
Olga Larnaudie



El reconocimiento a la labor de un maestro

En el año 1939, don Carlos Quijano se hacía a la mar con su Marcha. En la aventura lo secundaban, entre otros, Julio Castro, Juan Carlos Onetti y Arturo Ardao. Hoy, cuando el último de los nombrados se encuentra redondeando los ochenta, llega la noticia de que le ha sido otorgado el premio Interamericano de Cultura Gabriela Mistral, junto con el poeta nicaragüense Pablo Antonio Cuadra, un destacado y viejo poeta vinculado al surrealismo y, quizá, el único intelectual de valía indiscutible opuesto al sandinismo. El premio, otorgado en la ciudad de Washington por un jurado internacional presidido por el columbiano Juan Gustavo Cobo Borda, fue otorgado al professor Ardao en mérito a "su larga y paciente trayectoria en la difusión de un ideario latinamericanista" y por el rescate del "pensamiento de múltiples autores para demostrar la vocación continental de las ideas americanas".

Arturo Ardao, nacido en el año 1912 en el departamento de Lavalleja, puede ser catalogado como el iniciador de la historia de las ideas en nuestro país. Real de Azúa sostiene que llegó a esta disciplina "desde la doble vía de su especialización en la enseñanza de la filosofía y un sostenido interés juvenil por los aspectos sociales y políticos de la realidad americana, a las que ha atendido durante años en tareas periodísticas desde el semanario Marcha, portavoz predilecto de su generación y de la que le sigue".

Uno de sus primeros pecados literarios Ardao lo cometió en compañía de Julio Castro y se trata de un libro en donde se retrata la Vida de Basilio Muñoz que años más tarde fuera reeditado por Cuadernos de Marcha.

Ardao realizó una importante obra de rescate de nuestra historia intelectual que comenzó con su libro Filosofía pre-universitaria en el Uruguay, en el año 1945. Este impulso prosiguió cinco años después con La Universidad de Montevideo, en el cual como señala Ardao "tanto como sus aspectos institucionales hemos aspirado a registrar el espíritu que ha animado a la Universidad a través del tiempo".

En el período siguiente aparecieron Espritualismo y positivismo en el Uruguay (1950), Batlle y Ordóñez y el positivismo filosófico (1951), La filosofía en el Uruguay del siglo XX (1956), Racionalismo y liberalismo en el Uruguay (1962), Filosofía de la lengua española (1963), Rodó. Su americanismo (1970), Etapas de la inteligencia uruguaya (1971); al mismo tiempo desarrollaba su labor docente en la Facultad de Humanidades y Ciencias, al frente de la Cátedra de Historia de las Ideas en América y dirigiendo el Instituto de Filosofía de esa casa de estudios. Entre los años 1968 y 1972 ocupó el decanato de la Facultad de Humanidades.

La intervención de la Universidad por parte de la dictadura lo obligó a marchar al exilio debiendo reiniciar su carrera académica en tierras venezolanas donde siguió contribuyendo a redescubrir el pensamiento latinoamericano con sus Estudios Latinoamericanos de Historia de las ideas (1978) y Génesis de la idea y el nombre de América Latina (1980). Pese a su dedicación y rigurosidad en la exhumación de los textos olvidados o desconocidos, Ardao nos invita en sus trabajos a elevarnos desde la filosofía americana a niveles de una filosofía de la historia o de la cultura de amplios panoramas universals.

Aquellos que no tuvimos la suerte de disfrutar de su magisterio nos reconfortamos en los trabajos de esta uruguayo que en honor de la verdad se ha ganado y su lugar entre los grandes maestros de América Latina, al igual que sus compañeros en la Aventura del año 39.
Fernando Pita



Un entrañable sabor local

Los grabados de Naúl Ojeda que se exhiben hasta fines de enero en el Centro de Exposiciones del Palacio Municipal, abarcan un extenso período en el trabajo de este artista, que ha realizado la mayor parte de su actividad fuera del país, en donde no expone desde 1969.

La proximidad de la imaginería manejada por Ojeda —su entrañable sabor local— es sin duda, a pesar o quizás a causa justamente de este largo alejamiento de su tierra, uno de los rasgos distintivos más notorios en su obra. Esta afirma su presencia en una intensa comunicación, y al mismo tiempo cultural que fue quedando atrás.

El manejo de criterios de valoración muchas veces epidérmicos, y traducidos en una intolerancia que enfrenta rápidas opiniones en el seno mismo del medio plástico, puede llevar a que sean muchos los que pretendan relegar hoy estas propuestas al rincón de lo superado. Aunque quizás las salve el estar acompañadas de un aval que también llega del exterior.

Porque el mundo visual de Ojeda, sus evocaciones gráficas y sus referencia literarias, nos vuelven a aquel Uruguay de los años sesenta, que supo encontrar para sus rabias y amores un repertorio de imágenes que fue estampado en forma particularmente elocuente por el grabado en madera. Sus xilografías prolongan claramente una época particularmente destacable en el arte gráfico uruguayo. Refieren, en el manejo del espacio, en el clima hecho de humor y tristeza, en la opción surreal traducida en la simultaneidad de escalas y situaciones, en la presencia de algunos signos que han ido cargándose en nuestra corta historia artística de un valor embelmático, a un entorno en el que aportaron lo suyo varios grabadores.

Las obras, fechadas a lo largo de dos décadas, mantienen una notoria fidelidad a enfoques y recursos, que las vinculan a lo que fue la producción de algunos de aquellos artistas, como Carlos Fossatti y Miguel Bresciano. Es por lo tanto difícil evitar cierta cuota de nostalgia, en el bienvenido encuentro con un aporte de todos modos singular.

Olga Larnaudie

Transcription Notes:
[[image: Engraving - "Painting with Words", by Naúl Ojeda]]